lunes, 17 de septiembre de 2012

El aliento de las tinieblas

Yo estaba mojada y le deseaba tanto que dolía, y no creía que aquello fuera divertido. Llegué a la conclusión de que había que darle una pequeña recompensa.

Deslicé una mano entre nuestros cuerpos y le agarré. Era lo suficientemente grueso como para que no pudiese agarrarle por completo, pero aquello sirvió para llamar su atención. Yo estrujé su carne, maravillada por lo increíblemente suave que era su piel, y él entornó los ojos. Me resultaba extraño sujetarle, tan caliente y aterciopelado al tacto, y me haecía sentir poderosa. Me vino a la mente lo que había hecho la mujer de mi visión al cuerpo de Louis-César y traté de imitarla lo mejor posible. Unos cuantos vaivenes después, el poderoso Mircea soltó un pequeño grito medio ahogado y se estremeció contra mí. por un segundo creí que le había hecho daño, pero lo único que había logrado es que se hiciera más grande en mi mano. Yo sonreí abiertamente al ver su cara de sorpresa y, recordando lo que le había hecho al cuerpo del francés, recorrí con un dedo la pequeña hendidura de la cabeza. Esta vez sí gritó de verdad, y me miró con los ojos abiertos.

-Cassi, dónde- se detuvo y humedeció sus labios - ¿dónde has aprendido a hacer eso?
Yo me reí. Esto prometía.
-Si te lo contara no me creería - dije, empujándole por el hombro-. Túmbate.

Mircea se recostó y yo le seguí, sin dejar de agarrarle, pero con cuidado de no hacerle daño, sintiendo en cada momento lo sensible que era esa parte de su anatomía. Dejé que mi mano le explorase a él como antes había hecho él con su lengua y descubrí que su cuerpo era fascinante. Había visto a muchos hombres desnudos, pero esta era la primera ocasión que tenía de tocar a uno de manera tan íntima, y la verdad es que Mircea estaba haciendo que mi pulso se disparase.
Después me di cuenta de que la piel de sus bolsas era aún más suave y la recorrí con mis dedos suavemente hasta que noté que él gemía y se retorcía a mis espaldas. Me gustaba hacerle esto, verle así de indefenso; con sus cabellos, habitualmente perfectos, enredándose a medida que el sudor empezaba a adosárselo a la cara. Resultaba excitante hacerle abrir las piernas aún más, exponerle a lo que quiera que fuese lo que lo que   yo le quisiera hacer. Su indefensión era embriagadora y me hacía atreverme a más cosas. Mi retertorio no era lo que se dice amplio, pero tenía buena memoria, y la francesa había estado a punto de probar algo con Louis-César que parecía interesante.

Gateé entre las piernas de Mircea, recorriendo con mis manos sus músculos tensos. Él intentó alcanzarme, pero yo aparté las manos.
- Quieto -le ordené

Él se detuvo, pero el gesto de sorpresa de sus ojos me indicaba que no estaba acostumbrado a que le diesen órdenes. Le volví a agarrar en toda su extensión mientras seguía moviéndose provocadoramente delante de mí. Al sentir mi roce, cerró sus ojos una vez más y una expresión de vulnerabilidad se escapó de su rostro. Empecé con vaivenes lentos, sin comprender muy bien esa mirada de dolor, porque sabía que no le estaba haciendo daño.

- Cassie...

Su voz se quebró y yo le mande a callar. Acto seguido me acerqué y, lentamente, con cuidado, lamí su tenso mástil. Sabía bien, ligeramente salado, y con un cierto regusto ahumado. También me gustaba su aroma, que era más fuerte y ligeramente almizclado en esa zona. La sobrecarga de sensaciones entremezcladas era embriagadora. Parecía un buen plan, pero mi lengua apenas le había tocado cuando Mircea se corcoveó violentamente, haciendo que no pudiera seguir sujetándole.

- ¡Cassie, no! No me puedo controlar si tú...

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